¿Cómo es posible que algo tan ajeno y distante como puede ser un escabroso suceso digno de primera plana del Alarma pueda estar de pronto tan cerca de uno? Me explico: el domingo por la noche estaba por dejar a una linda chica en su hogar. El destino: San Fernando. Como estoy acostumbrado a hacer de mi pobre Almera un cocodrilo cualquiera, la distancia que hay entre el sur del Sur de la Ciudad y mi inagotable Neza York no amedrentó mis impulsos de Calixto tercermundista arrodillado frente a Melibea. Iba yo, después de una agradabilísima tarde con la calma de quien maneja en domingo, entre las pedregosas calles de la delegación Tlalpan cuando mi interlocutora y acompañante me señaló una casa oscura y fría y preguntó simple y llanamente: "¿te acuerdas de que hace algunos años habían asesinado a una familia completa en Tlalpan?" (Aquí mi desinterés no pudo frenar mi memoria que recuperó del disco duro vagos detalles del macabro evento). "Aquí vivían"
Por alguna razón que nunca he elucidado (les cuento que cada que veo la película de It no puedo dormir) soy medio maricón para estos bisnes de miedo, terror o suspenso. Y más si el asunto en cuestión no es una mala pelícua dirigida por Tommy Lee Wallace que mi papá resume en "mata payaso mata", sino la abrupta interrupción de siete vidas en manos de un pinche loco. Sentí sobre la piel el beso de la mujer araña y mi vista no se podía apartar de las rejas negra del otrora hogar de esa infortunada familia. Si a esto añadimos que eran alrededor de las 9 de la noche, el efecto fue más efectivo que cualquiera de las pendejadas que hace Iñarritu.
Olvidé el asunto por unas horas hasta que en medio del sopor del lunes me dediqué a buscar información acerca de lo sucedido cuatro años atrás. A la mejor manera de José Luis Durán King encontré foros, notas, reseñas, reportajes y demás basura periodística acerca del aciago noviembre. Las versiones son muchas: desde que el papá era narco hasta que el asesino era parte de una secta secreta. En realidad eso no es lo interesante ni lo que me motivó a escribir esta entrada, sino la ruta que siguió el "Chacal de Tlalpan" después de esa noche.
El primer atisbo de espanto se dio cuando conocí la casa, con todos los pormenores que pueda haber en casos de este tipo, y que mi acompañante vivera a menos de cinco metros de ahí; supongo, y espero, que estaré por esos rumbos algunas veces más. En fin, acorde con un reportero cuyo nombre desconozco, el matarife se fue hasta mi mítica Ciudad Neza (él había crecido en Iztapalapa por lo que no desconocía esos terrenos orientales) a encontrar un mariachi para llevarle serenata a su novia, el lugar: la Glorieta de los mariachis. Después de la reconciliación la pareja se fue hacia el hotel Apatlaco; para más referencias está enfrente de la Prepa 2 y en el cual he pasado algunas andanzas noctívagas.
Es curioso, no recuerdo que estaba haciendo ese día del 2002. Pero bien pude estar con unos mariachis y bebiendo tequila con la gente que se junta en esos lares; incluso pude haber invitado un par de copas a algún extraño. O tal vez andaba esa noche en ese hotel que conozco bien con algun amor de mi vida. O mejor aún, tal vez ni siquiera haya estado cerca de mis terruños y ando alucinando. Posiblemente el sujeto no conozca Neza y nunca en su vida haya estado ahí. Lo único seguro es que él está en el bote, la familia vio cercenada la posibilidad de decidir cómo vivir y sus víctimas descansan ajenas a toda la inmundicia terrenal.
En fin, quién sabe cómo, pero sentí una energía extraña. Mejor me olvido de eso, no vaya a ser el diablo.
JFC
PD: Les dejo un poema de mi hermano José Roberto Cruz Arzabal que encuentro pertinente y algo escabroso.
Nota roja
Muerta, sobre un charco de sangre y semen,
la víctima ridícula del amor ofrece su mejor sonrisa
en la cortadura que,
perfecta, se extiende por el vientre.
El rostro putrefacto,
comido bellamente a puñetazos,
adquiere la perpetuidad endandilante
del morbo callejero
en el escupitajo fosfórico del hambriento:
periodista.
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