Descanse en paz. Fue una mujer que sólo supo dar amor, como dice mi señor Padre. Ya merecía descansar, más de ochenta años en que todavía cocinaba para sus pobres de la iglesia. Ya no veía pero seguía repartiendo lo que nunca tuvo. Esa es fe chingao. Y ella la convirtió en ética. La recuerdo con cariño, como una de las mejores cocineras, como una tía distante pero presente. En Atlixco, en aquella vecindad grande que pensé que nunca volvería a ver, donde pasé tantos veranos y tantos juegos y lágrimas compartidos. Regresé a un velorio, supongo que la vida es así. Pero puedo celebrar que ella descansa, insisto. Y que esa ciudad poblana tiene un encanto revitalizador, tal vez sea nostalgia, pero sus pambazos, chalupas, tostadas y demás manjares se pueden comer en la "plaza" todavía. Adoro esta ciudad. Además, de un par de años para acá hay un motivo más que me une a ella, entre las personas distinguidas está mi Padre. Lo inmortalizaron (ja, suena raro) en un mural junto al dramat...
Apuntes de Jesús Francisco Conde de Arriaga