
II. En mi ardorosa travesía por esta entrañabilísima Ciudad de México he conocido mujeres bellas, interesantes, guapísimas, lindas, hermosas, cautivadoras, encantadoras, etc. Pero hace ocho días, un aciago viernes como hoy, conocí a la mujer más bella de todas. Era la Gracia en persona. Morena, ojos verdes, alta, en un vestido negro que se ceñía a su piel como el sol en el Pacífico (perdón la cursilería pero así era), estaba a punto de ser asunta. Al más puro estilo de Remedios la Bella. Y García Márquez se quedó corto. La gracia de la imperfección se delineaba en su vientre, con un dejo de candorosa lascivia que me dejó sin palabras.
En un céntrico restaurante de Esmógico City (como diría el maestro Pepe de la Colina), en El Cardenal, delicioso lugar en que lo único malo es que llegan muchos hijos de puta (llámese diputados y anexas) ella traía una deliciosa botella de Appleton State que en sus manos se traslucía Ambrosía. De verdad, si alguien sabe de quién estoy hablando, si la han visto o si llegas a estas líneas, sólo deja tu nombre, con eso me basta. Sé que no la volveré a ver y no importa. El rayo en la médula espinal cuando vi sus ojos y la sangre de mi torrente alcóholico revolucionada al recordarla es suficiente. Pero me cae, y perdón Don César, que hay golpes fuertes en la vida, yo no sé. Y recordé a Lizalde, al mismísimo Tigre, que cerrará estas líneas. De La Zorra enferma, Bellísima:
Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa.
Rilke, de nuevo
Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa...yo podría tolerarla.
Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aun la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.
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