El tiempo pasa con prisa. A veces se estaciona en largos días pero siempre recupera su paso. Los años se suceden en paquidérmica certeza y nuestros ojos se pueblan de historias sin fin. El sábado te casaste. No puedo dejar de pensar en el día en que te conocí: llegaste con un tipo al que acababa de conocer en el metro Pantitlán. Él dijo que era bajista, yo empezaba en los avatares de la música. Llegaste con él a casa y pediste entrar al baño. Después tú te hiciste el bajista del grupo. Estuvimos juntos casi cinco años entre bares, fiestas y cervezas. En el rincón brujo platicábamos de todo aquello que en nuestra ardorosa post adolescencia cobraba relevancia inusitada. Alguna mujer, alguna materia, un partido de la selección o el barniz negro comprado en el tianguis se hacían trascendentalmente insulsos. También tomábamos café en la Zona Rosa, me volaba alguna clase de Bellas Artes y Víctor, tú y yo teníamos en esa taza un futuro promisorio. Míranos ahora. En un salón de fiesta en donde...
Apuntes de Jesús Francisco Conde de Arriaga