Aquí un texto del amigo Inocencio Azar, mejor conocido en los bajos mundos del oriente como el "Malaestrella". Estará en esta Ciudad que fue del canto como autor invitado algunas semanas.
Así las cosas,
JFC
De azares y desazares
Inocencio
Azar
Mi nombre es
Inocencio y llevo el apellido de mi jefa, Azar. Muchos me conocen como el
Sietecrudas, aunque la mayoría me dice el Malaestrella. Nomás mi mamacita me
dice por mi nombre, mi papá no me dice de ninguna manera porque no lo conocí.
Dizque se fue al otro lado para entrarle al negocio de la fast food. Yo creo que nomás se hizo maje.
Lo de Sietecrudas me lo gané a pulso
desde los dieciocho, en los tiempos del segundo semestre del CCH Oriente. La
primera vez que me metí una botella de bacachá entre pecho y espalda vomité
hasta los pecados que no recordaba. Con cada arcada me dolía el espinazo, me
doblaba como diputado en día de informe presidencial y juraba y rejuraba que no
lo volvería a hacer. No lo cumplí. A eso de las once de la mañana, mi jefa
entró a mi cuarto en la azotea y me dijo amorosa: "Inocencio, ven, te hice
de desayunar". Y yo por dentro: "Méndigo briago, en tu casa te quieren,
qué necesidad de andar con muchachas que uno ni conoce". Y que bajo en
friega con la cruda entre las patas y que me siento a la mesa. Yo veía a la
jefa con harto cariño. Ella me daba la espalda, estaba de frente a la estufa y
me volteaba a ver con unos ojos rete lindos, una sonrisa comprensiva, un regaño
tan suavecito que hasta estaba a punto de cambiar de vida. "Ande, mijo,
desayúnese. Voy al mandado". Y que me deja la gandalla de mi jefa con un
plato lleno de hot cakes y una tazota
de champurrado de avena, caliente, caliente.
Lo de Malaestrella me lo puso una
morra que me andaba calentando el bóiler, una de esas güeritas que se pintan
las raíces de negro desde chavas. Era de las más bonitas. Me cae que los tenía
enormes, redonditos, coquetos; cuando caminaba, todos veíamos atarugados cómo
bajaban y subían, subían y bajaban de derecha a izquierda, cómo de izquierda a
derecha bajaban y subían sus ojazos miel. Nomás de verla aletear las pestañas cualquiera
le pondría casa.
Y pues que me pone el Malaestrella
porque tiro por viaje o me taloneaban afuera del CCH o chocaba la micro en la
que iba. Cuando le conté que a mi perro, el Benito Juárez —sí, le puse a mi
perro Benito Juárez, ¿y qué?— más tardé en recogerlo de la calle que me lo envenenaran
unos ojetes de la colonia Metropolitana, me dijo con esos dientes disparejos
tan suyos: "¡Ay, mi Malaestrella. Nomás no ando contigo porque capaz que
me roban!" Y que sucede. No que se la robaran, ni dios lo mande, sino que
empezara a andar conmigo. Me sentía como canción de Arjona: "tú, caviar, y
yo, tortilla", con la diferencia que los dos estábamos rejodidos y que
siempre me cagó Arjona.
No se la robaron, ni dios lo mande,
nomás que su jefe puso un negocio de rebozos de La Piedad, Michoacán —que tejía
en la Agrícola Oriental— en Pachuca y que se la lleva a estudiar allá. Cuando
la volví a ver ya andaba con otro güey igual de feo que yo, igual de pobre que
yo, igual de vago que yo, pero con más suerte. Desde entonces todos me dicen el
Malaestrella.
Para ser sincero yo nunca me creí eso
de la mala suerte, aunque bien dios sabe que tengo motivos de sobra. Por
ejemplo, como siempre he buscado un bisne que me saque a mi jefa y a mí de
pobres, un día me enteré en los barrios bajos de la Pensil que iban a subir el
boleto del metro a cinco pesos. Y que pido prestado una lana para comprarme un
titipuchal de planillas. Ya estaba yo haciendo cuentas, si vendía todos un peso
más caro, me salía otro de ganancia. Unos tres mil del águila me iba a ganar de
una sentada. Me compré una caguama para celebrar y para soñar con los
angelitos. Al otro día mi jefa que entra a mi cuarto sin despertarme y que lava
mi ropa. A mí se me había olvidado sacar los tristes boletos y ahí se fue el
negocio del siglo.
La neta, cuando me empecé a creer lo
de Malaestrella fue hace seis años que estábamos, igual que ahora, en tiempos
de elecciones. Yo pasaba por un bajón de esos que le dan a todos algunas veces,
nomás que a mí me dan muy seguido. Mi perro, el Benito Juárez Segundo —sí, le
volví a poner a mi perro Benito Juárez, ¿y qué?— me mordió cuando le di de
comer y que lo corro de la casa, al rato que me avisan que lo atropelló una
patrulla de judiciales y pues ni cómo hacérselas de tos; mi morra de esos días
que me sale más hombre que yo y mi jefa me dijo que ya no quería seguir
manteniendo vagos. Le dije que nomás era uno y que me avienta la sartén. Pero yo
tenía que pensar en cómo salir de mi mala suerte.
Me salí a caminar con el chipote del
sartenazo en la frente cuando en uno de los muchos carteles que estaban colgados
en la calle vi la cara de un cuate que se veía bien honesto, con una carita de
garbanzo que daba ternura. Y abajo de él decía, "Primero tú. Va por ti, mi
Malaestrella". Bueno, no decía eso, pero así lo leí yo. Les juro que estaba
convencido de mi candidote —digo, candidato— porque se veía que era bien leña,
del pueblo, uno de nosotros y, además, iba arriba en las encuestas. Y cuando
todos empezaban a discutir y a gritar "es que es un peligro",
"es que el otro es un ratero", "es que el otro está
chaparro" y "que la manga del muerto que los parió", yo nomás
pensaba, "ahora sí, la revolución me hará justicia".
Ese día se me olvidó votar, andaba
con una de mis míticas crudas y desperté como a las diez de la noche. Prendí el
radio y nomás sonaba la de Hips don't lie,
esa que cantaban juntos Shakira y Jerry Rivera. Me destapé una caguama y
que me acuerdo de las elecciones. Corrí a casa de un cuate para ir checando lo
de los resultados preliminares y que me encuentro con la noticia de que mi
gallo iba ganando. Así pasaron unas dos horas y yo con mi cervatana en la mano
y la sonrisa en los labios. "Ahora sí, la revolución me hará
justicia", pensaba para mis adentros.
"Oye, Malaestrella, ¿y tú, por
quién votaste?" "No me dio tiempo, pero hubiera votado por el mero
bueno, el que va ganando". Nunca lo hubiera dicho. Me cae que me
arrepiento todavía de haberle pegado mi mala suerte a mi candidato. Nomás dije
eso y que el otro le empata, y luego que le da la vuelta. Ya no sé ni qué
desmadre se hizo después. Me fui a mi casa y me encerré tres meses, nomás salía
por las caguamas cuando mi jefa no me veía. Por eso, ahora cada vez que me
preguntan por quién voy a votar, nomás sonrío y les digo "por tu
mamá", y me echo otra caguama.
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