Inexistentes y amados lectores, les escribo instalado en mis treinta años por primera vez. El siguiente post lo dedico a contarles de mis festejos. Porque hoy, desde mi oficina en los lares del sur, quiero contarles el proceso que me llevó de una cena con caviar a tener un anillo de casado en mi dedo anular izquierdo. (¿Alguien sabe en qué mano es correcto usar el anillo? Yo me lo puse en la izquierda por puro azar, pero debe haber una norma).
La historia más sencilla de contar es que en una cena de la alta sociedad literaria conocí a una mujer de ojos bellos con quien platiqué un par de horas y compartí el caviar que generosamente algún autor de éxito puso en la mesa de su departamento en la Condesa. Después de un par de botellas de champaña le lancé una invitación con mis ojos seductores a que conociera la alfombra de mi departamento en el centro porque estaba seguro que su blusa azul turquesa haría juego con ella. Al otro día, entre el café de la mañana y el sexo matutino nos hicimos promesas de amor que nos llevarían al altar y a mí a escribir esta entrada en mi blog.
Pero no. Así no fue.
Primero porque es una historia demasiado sencilla; segundo, ni voy a cenas de la alta sociedad literaria, ni conozco autores de éxito que vivan en la Condesa, ni invitaría a mi departamento a una desconocida. Además, y por si fuera poco, el departamento que habitaba en el Centro no tenía alfombra.
La historia sí comienza con un poco de caviar y termina con una boda, pero los complejos mecanismos de la causalidad se hicieron presente y tardaron varios años en darle forma. Digamos, unos ocho años en que la historia se constituyera de este modo.
Allá por el año 2005, cuando Tony Garza, embajador de los yunaited durante el foxismo, cerró el consulado en Tamaulipas por el "fracaso" (así lo dijo) del gobierno mexicano frente al problema del narcotráfico (y la que nos esperaba, chingao) a mi padre lo invitaron al encuentro de Poetas del Mundo Latino. Aunque su organizador se dedique a sacar estancias en el extranjero, becas, y cuanta publicación usted, desocupado lector, se imagine a costa de dinero federal, en no pocas ocasiones hay autores que son verdaderos artistas y que van por el puro pinche gusto de convivir y no por andar queriendo sacar prebendas o limosnas. Mi padre fue ese año, y a su regreso, mi Pequeña Madre y yo escuchamos la travesía de mi padre por tierras michoacanas. Entre las anécdotas que nos contó, refirió a un joven poeta que se la pasaba criticando a medio mundo, (Y que haz una cara Gelman por aquí, y que el Pollo ya sacó estancia en Israel por allá, en fin), el joven en cuestión, según palabras de mi padre, era talentoso, desbocado y a toda madre. Un mes después, este joven nos invitó a Cuernavaca a pasar un fin de semana. De ahí surgió una amistad entrañable que hasta hoy sigue creciendo.
Y usted dirá, y con razón, ¿y el puto caviar? Pues de resultas que este amigo entrañable, al que sólo identificaré con sus iniciales para no quemarlo, MM, nos dijo un buen día: "Condes, hay cena en mi casa porque acabo de vender un cuadro y me fue muy bien. Los invito". A lo que respondimos: "Querido Miguel Ángel, pero claro que vamos. Es bueno siempre celebrar tus éxitos, maestro Muñoz". Ahí, en esa cena, dio caviar pa' festejar, así, casual. En esa cena, mi padre se reencontró con un viejo amigo, habían coincidido durante veinticinco años en instituciones culturales, en la universidad, en presentaciones, etcétera. Pero casi no se veían. Es más, en los últimos años no se habían visto por azares propios de la vida. A este reencuentro siguieron comidas, cenas, borracheras, viajes. Y sin mayores aspavientos teníamos un nuevo grupo de amigos. Digo teníamos porque desde siempre he considerado a los afectos de mis padres como propios.
Por otras causalidades que les contaré en otra entrada (chin, me pongo a escribir y ya les debo dos, la de mis treinta y la de mi entrada al infierno) yo trabajaba en el Fonca, la que beca a las jóvenes criaturas y a los parásitos como Chóforo Domínguez, junto a chavos y artistas que sí tienen talento (caray, segundo escupitajo visceral, creo que me levanté levantisco). Una ventaja de trabajar en ese infierno era estar y respirar el Centro Histérico, el mismo que conocí de niño y el que en ese entonces empezaba a ser mío. Muy cerca de ahí, trabaja también el viejo amigo de mi padre. Él me convenció de mandar mi convocatoria a una fundación donde dan dinero nomás por escribir. Yo, que pasé cuatro años en la Facultad de Letras y otros dos en la Biblioteca Nacional, ya me había olvidado de que la escritura alguna vez había sido mi ambición. Junté mis cuartillas y me inventé un proyecto que, sin parecer mamila, me salió a toda madre. Era un rollo caleidoscópico en el que contaría la misma historia con distintos cristales pero cada uno de ellos sería independiente entre sí. (Ojo, pueden volarme la idea, no es nueva, no es original, pero la verdad a mí me salió al tiro). Con mis cuartillitas, mi proyecto y mi ridículum, no podía decidirme entre mandarlo o no. Y fue uno de esos amores necesarios en la primera juventud quien sin pedir permiso lo imprimió y lo llevó a Liverpool 16. En la última semana de agosto leí el correo (que todavía guardo) en donde me anunciaban que había obtenido el beneficio de la beca por un año. Renuncié al Fonca, sacrifiqué algunos miles de pesos, pude aventarle los boletines de prensa a la cara de mi jefa, menté madres y me largué a escribir. Y aquí...
Como ya llevo varios párrafos, y sé que ninguno de ustedes quisiera seguir leyendo (en el hipotético caso que alguien haya llegado hasta aquí) recapitularé las causalidades.
1. Mi padre invitado a un encuentro donde conoce a MM.
2. En una cena con MM, conozco a un viejo amigo de mi padre.
3. Yo trabajo a cuatro cuadras de donde trabaja el viejo amigo de mi padre, quien me convence para entrar a la fundación en una comida en la Hostería de Santo Domingo.
4. Esa muchachilla que llevó sin mi consentimiento mi proyecto y gracias a ello me dieron la beca.
Pronto la segunda parte.
Así las cosas,
JFC
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