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Entradas

He regresado a esta Ciudad que fue del canto

Queridos e inexistentes lectores, después de tres años de abandonar esta Ciudad que fue del canto, he regresado para, una vez más, prometer ser más constante y publicar ya no mi querido, cursi y azotado diario, sino lo que a mi pluma se le venga en gana. Por ello, primero les comparto una traducción que hice de dos fragmentos de Kurt Vonnegut, tomados del número 17, de junio de 2015, de Casa del tiempo. JFC Dos fragmentos de guerra [*] Kurt Vonnegut La obra de Kurt Vonnegut estuvo marcada por su experiencia en la Segunda Guerra Mundial como soldado de la 106 División de Infantería de los Estados Unidos, y luego como prisionero de guerra —de diciembre de 1944 hasta mayo de 1945— desde donde fue testigo del bombardeo que destruyó Dresde.  Casa del tiempo ofrece dos breves fragmentos de las novelas  Matadero 5  y  Barbazul que se publicaron con casi veinte años de distancia, para dar cuenta de la devastación íntima causada en el autor estadounidense. El primero
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Causalidades II

Queridos, desocupados e inexistentes lectores, les debía esta entrada que es la segunda parte de la anterior y pues aquí va. Uno de los problemas mayores de escribir cada dos años en este blog es que uno pierde el hilo de las cosas, y en dos años han pasado tantas que los hilos ya son una madeja que se pierde en mi memoria. Así que acabaré la entrada de las causalidades y empezaré --lo juro-- a escribir nuevamente en este blog que empecé en el año 2006. En la entrada de la siguiente semana les contaré de los blogs y los pondré al tanto en mi vida. También prometo actualizar las ligas que tengo en la columna de la derecha, porque muchos de los blogs ya pasaron a mejor vida y creo que ya nadie escribe en blogs, excepto la protagonista de estas causalidades de la que ya les pasaré el vínculo.   Estábamos, entonces, que me dieron la beca de la Fundación para escribir un libro de cuentos. La beca la obtuve gracias a que uno de esos amores juveniles y necesarios imprimió mis hojas y las l

Causalidades I

Inexistentes y amados lectores, les escribo instalado en mis treinta años por primera vez. El siguiente post lo dedico a contarles de mis festejos. Porque hoy, desde mi oficina en los lares del sur, quiero contarles el proceso que me llevó de una cena con caviar a tener un anillo de casado en mi dedo anular izquierdo. (¿Alguien sabe en qué mano es correcto usar el anillo? Yo me lo puse en la izquierda por puro azar, pero debe haber una norma).    La historia más sencilla de contar es que en una cena de la alta sociedad literaria conocí a una mujer de ojos bellos con quien platiqué un par de horas y compartí el caviar que generosamente algún autor de éxito puso en la mesa de su departamento en la Condesa. Después de un par de botellas de champaña le lancé una invitación con mis ojos seductores a que conociera la alfombra de mi departamento en el centro porque estaba seguro que su blusa azul turquesa haría juego con ella. Al otro día, entre el café de la mañana y el sexo matutino nos

A un par de escalones del Tercer Piso

Inexistentes y abandonados lectores, he regresado a esta monarquía que a veces se disfraza de república llamada La Ciudad que fue del canto para (y es un favor muy grande) contarles parte de lo que ha acontecido en mis dominios en estos largos meses de ausencia. (En serio, sé que nadie lee esto pero el simple sonar de las teclas y mi egolatría son suficientes para no dejar morir este blog). Si ustedes recuerdan, oh, desolados lectores que han sufrido conmigo durante tantos años, el once de julio escribí una pequeña crónica de cómo Mahler se encontró con Joyce. Pues bien, simplemente he de decirles que ese encuentro inesperado y venturoso ha terminado en coyunda, si se me permite el chistorete cultoso, o, para decirlo mejor, los esponsales arribaron a buen puerto. Con todo y las armonías disonantes de este musicastro y las inagotables vertientes de mi joyceana, hemos encontrado un lugar en donde nuestras ansias encuentren reposo.       Y en hablando de lugares, la Ciudad que fue de

Cada cierto tiempo

Cada cierto tiempo, esta Ciudad que fue del canto se da su respiro para beneplácito de mis inexistentes lectores. No hay una razón para ello, aunque para ser francos, tampoco para seguir escribiendo en este blog; será tan solo la nostalgia de llevar cinco años quejándome, encabronándome y lloriqueando en esta bienamada ciudad la que no me deja abandonar por completo este ínfimo espacio virtual. Acaso recuerdo a David Forster Wallace en su ensayo sobre la escritura, o, como dicen en mi pueblo, es mi hijo, está bien feo, pero es mi hijo. Esta es mi ciudad, pequeña, aburrida y sin visitantes, pero es mía.  Estoy a tan sólo unos meses de mis treinta años, y mejor aún, a casi sesenta días de firmar la unión de Joyce con Mahler; uno de mis más queridos amigos se fue a soñar con jazz en amorosa y violenta comunión con el mar de Coatzacoalcos (¡carajo!, te hubieras despedido o esperado a beber juntos una última cerveza); sale en estos días mi primer libro, una pequeña plaquet que ni cambiar

Columna invitada: "Yo soy 132"

Como tengo mucho trabajo, invité otra vez al Malaestrella, mejor conocido como el Sietecrudas en el barrio bajo de NY, a que escribiera uno de esos divertimentos que tanto le gustan a mis inexistentes lectores.  Así las cosas, JFC Yo soy 132 Inocencio Azar Estos chavos me recordaron al que yo nunca fui. Al que andaba de los pasillos del Centro de Convivencia Humana Oriente a las caguamas de veinticinco varos de la Güera. En ese mismo lugar besé por primera vez al amor de mi vida —bueno, al primero de ellos— y ahí pude ver cómo todos los de mi generación se fueron recibiendo de loqueros, abogángsters, matasanos y cuentachiles. Y yo, desde las sillas cerveceras con una Carta Blanca enfrente, me dedicaba a aprenderme canciones para ligarme a las morritas que llegaban de cuando en cuando a mi pobre humanidad.             —Cántate esa de Amor mío , Malaestrella.             —No se llama así, mi vida, se llama Sin tu latido .             —Échate la del Unicornio a

Columna invitada

Aquí un texto del amigo Inocencio Azar, mejor conocido en los bajos mundos del oriente como el "Malaestrella". Estará en esta Ciudad que fue del canto como autor invitado algunas semanas. Así las cosas, JFC De azares y desazares Inocencio Azar Mi nombre es Inocencio y llevo el apellido de mi jefa, Azar. Muchos me conocen como el Sietecrudas, aunque la mayoría me dice el Malaestrella. Nomás mi mamacita me dice por mi nombre, mi papá no me dice de ninguna manera porque no lo conocí. Dizque se fue al otro lado para entrarle al negocio de la fast food. Yo creo que nomás se hizo maje.             Lo de Sietecrudas me lo gané a pulso desde los dieciocho, en los tiempos del segundo semestre del CCH Oriente. La primera vez que me metí una botella de bacachá entre pecho y espalda vomité hasta los pecados que no recordaba. Con cada arcada me dolía el espinazo, me doblaba como diputado en día de informe presidencial y juraba y rejuraba que no lo volvería a hace