Inexistentes y abandonados lectores, he regresado a esta monarquía que a veces se disfraza de república llamada La Ciudad que fue del canto para (y es un favor muy grande) contarles parte de lo que ha acontecido en mis dominios en estos largos meses de ausencia. (En serio, sé que nadie lee esto pero el simple sonar de las teclas y mi egolatría son suficientes para no dejar morir este blog).
Si ustedes recuerdan, oh, desolados lectores que han sufrido conmigo durante tantos años, el once de julio escribí una pequeña crónica de cómo Mahler se encontró con Joyce. Pues bien, simplemente he de decirles que ese encuentro inesperado y venturoso ha terminado en coyunda, si se me permite el chistorete cultoso, o, para decirlo mejor, los esponsales arribaron a buen puerto. Con todo y las armonías disonantes de este musicastro y las inagotables vertientes de mi joyceana, hemos encontrado un lugar en donde nuestras ansias encuentren reposo.
Y en hablando de lugares, la Ciudad que fue del canto ha transitado de los majestuosos parajes de Neza York (que de tanto en tanto me hacen derramar una lágrima de nostalgia en sus evocaciones) al mero centro de esta capirucha. En ese largo andar se fundó, por acuerdo bilateral y sin mala fe, la constitución de la República Amorosa del Centro, que en sus inicios tuvo dos sedes y está ahora en busca de dónde afincarse. Todo parece indicar que será en terruños del sur, desde donde escribo estas líneas.
Sigo actuando, escribiendo y tocando, y he de admitirlo, con menos disciplina pero ésta se perdona por las múltiples ocupaciones que la RAC exige. He perdido ya no sé cuántos concursos de literatura pero se publicó mi primer libro y está ya en proceso el segundo. El tercero va en camino de perder también su cuota de concursos y buscarle salida pues, al fin y al cabo, a esto me dedico. ¡'í, 'eñor!
Todo esto transcurre mientras cuento los días que faltan para que llegue a la edad de las ilusiones, o para decirlo con todas sus letras, pa' que sea un treintañero.
Así las cosas,
JFC
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