Hoy amanecí encabronado, aunque para ser sinceros llevo muchos días así. En julio y en diciembre siempre es igual: un odio contra todo lo que se mueva me llena las entrañas. A ver, por cuál empiezo, odio a los políticos, a la gente que escupe en la calle, a quien avienta el carro para llegar primero, a los puritanos, a los arribistas, a los mochos, a los ateos, a los patrioteristas, a los malinchistas, a los chauvinistas, a los que son más guapos que yo, a los que son más inteligentes que yo, a los escritores de mi edad, a los jodidos, a la gente que está satisfecha, a los que salen a comprar regalos de navidad con una estúpida sonrisa en la cara, a los que sonríen, a los ricos, a toda esa pinche gente que es feliz, a la infeliz también, a los idiotas, a los ignorantes, a los intelectuales, a todos mis amigos que comparten noches juntos, a la gente que me odia, a la gente que me tiene envidia, a la gente que admiro, a quienes no me dejan irme de una puta vez, a quien quiero, de quien estoy enamorado (que no es la misma que la que amo), a la que amo (que no es la misma de la que estoy enamorado), a las dos que de cualquier modo tienen atrapados sus sueños en otros brazos, a tantos y tantos recuerdos que se agolpan a la menor provocación, a la incertidumbre, odio ser músico, ser escritor, odio no saber qué chingaos soy, a las lágrimas que insensatas salen a divertir a los que me miran o me escuchan un día cualquiera, odio quien soy, odio lo que no soy, odio lo que quisiera ser, a los que tienen conciencia política, a los que son más comprometidos que yo, a los que son felices... mmmh, esa ya la dije, me estoy repitiendo, creo que mejor le paro.
Uno de los personajes más memorables es, din lugar a dudas, Lord Henry Wotton. De él, entre muchísimas otras líneas, recuerdo una particularmente exacta: "uno habla bien de los demás porque se aterra de uno mismo". Y por eso quiero demostrarme que no, no me espanto. Aunque sé que al primer chingadazo salgo corriendo; a veces, sin embargo, demuestro lo contrario.
En fin, para ser sincero sólo odio la imposibilidad del ser, la automatización de mis suspiros. No quiero pensar 28 años, 6 meses y 4 días después lo mismo.
Más bien me aterra el tener sólo 24 años y llevar 63,072,000 segundos sin ser yo mismo. Sin siquiera tener el resguardo decoroso de la ignorancia, saber demasiado. Miro desde esta ventana mi inquebrantable ciudad por, tal vez, última ocasión, por lo menos ese hotelucho rosa con grandes letras rojas va a dejar de sonreírme cada vez que me acuerde de un quince de febrero. O de otros días.
Mañana juro escribir algo interesante, algo menos intrincado, o mejor...
mañana juro escribir algo interesante...
mañana juro escribir...
mañana juro...
mañana...
...
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