No sé qué tan afortunado sea el certamen que lleva a cabo Punto de partida y la UNAM. Es decir, respeto ambas instituciones y lo que significan pero... mi corta visión crítico-literaria me impide comprender a cabalidad el concurso en sí.
Antes de emitir mi opinión debo decir que estuve tentado a inscribirme para ganar, según yo, un buen paquete de libros de la Universidad; quien me sacó de mi error fue el amigo Víctor Roura (editor de la sección cultural del Financiero) al decirme que el premio al ganador eran nada menos que cincuenta mil del águila. ¡Nada mal! Pero a esas alturas, la convocatoria había cerrado. Ni modo. Roura hablaba de la descomposición de los noveles escritores al estarse evidenciando por una lana medianamente buena. Y estoy de acuerdo. Tal vez mi formación sea un tanto romántica asaz caduca, o tal vez sea solo ideología. Aunque he de aceptar que las publicaciones en miríados tirajes, los premios, las firmas de autógrafos cual integrante de Nikky Clan, las entrevistas y esas linduras atrapan a cualquiera. Es obvio: no soy ningún santo y me he descubierto imaginándome en esas circunstancias. Me dura poco, para eso tengo la música (no hablo la Música, sino de la que yo hago, aclaro) y me dedico a escribir por simple y llana necesidad. Sí, así como en lascivas crudas cazo con los ojos alguna mujer que quiera aliviar la soledad, así escribo, para no sentirme solo, para que me quieran, para creer en algo... en fin.
Pero no es de mí que quiero hablar (jajaja, ¿y por qué tengo un blog, caray) sino del reality literario. Es cierto, tal vez sea la hipermodernidad que alcanzó las capas menos flexibles al cambio, me explico: la literatura, por más que sea imitatio, es subjetiva, hecha por unos cuantos que pertenecen a un grupo social definido; digo, por lo menos escriben. Un campesino del Pedro Páramo no habla así, es el autor quien configura una idea, tal vez sólo un reflejo de ella. Así, la televisión o la red, que llega a un sinnúmero de personas más, es previsiblemente más fácil que sea parte del mercadeo, ¿pero la literatura? Así sea el crack, sigue siendo ínfimo el impacto que tiene. Si ya vimos a doce infrahumanos decirse güey cada tercer minuto o a decenas de seudocantantes luchando por un millón de pesos, ¿por qué no ver a diez escritores encontrando la manera de ser el nuevo Monsiváis?
No sólo me encuentro anodadado por estas cuestiones, no me gustaría que me vieran en paños menores. Hasta el momento en que escribo estas líneas, los concursantes llevan siete ejercicios. Que son sólo eso, ejercicios; ninguno de los textos son literatura. Es como si tuviera una cámara en mi cuarto que grabara cada uno de los ejercicios que hago para tocar la batería. (Les ahorro la grotesca imagen de mí en mangas de camisa, crudo, despeindado, con unos audífonos y repitiendo hasta la náusea RIRRIRIIRI) Lo sé, no es lo mismo pero así lo siento.
Por lo menos yo, cuando busco la inmortalidad, corrigo y releo y hago ejercicios de escritura hasta que por fin llega la versión final del cuento. Pero pueden pasar meses, no me gustaría que leyeran todas las hojas que he roto. Sí, tal vez el producto no sea bueno, pero por lo menos es lo que mejor pude hacer, es lo que quiero entregar.
Acepto, también, que los ejercicios que les han puesto son bastante ingeniosos, especialmente el de la minificción o el de Borges. Pero si uno lo puede hacer en su casa (no sé ustedes inexistentes y pacientes lectores que siguen leyendo esto) para qué necesito exponer mis carencias. Y no hablo del miedo a la burla o al ridículo, sino de ese acto íntimo que implica el escribir. Ese gozoso pacto con la soledad con un cigarro y una computadora de testigos donde puedo ser Dios y matar y crear y hacer sufrir a quien yo quiera. (Aquí un comercial, Guillermo Samperio tiene un librito lleno de ejercicio de este tipo en un librito llamado Y apareció la nave. Vale la pena).
He leído algunos de los ejercicios de los habitantes virtuales, como ejercicios hay algunos rescatables, pero no encuentro nada medianamente parecido en calidad a textos que he tenido la oportunidad de leer de gente joven en la facultad, o en revistas literarias, o incluso en blogs. Y sin otro afán que el de escribir.
Pues bien, ojalá que el ganador sea un amigo mío que me invite unas chelas con su premio. No fui yo, así que de mí, no esperen nada. (De este concurso, claro está). Y si alguien acaso quisiera contradecirme, lo leeré con más gusto del que yo tuve al escribir estas apresuradas consideraciones.
JFC
Comentarios
Escribir es defender la soledad en que se está
El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella encuentra.
No se escribe ciertamente por necesidades literarias, sino por necesidad que la vida tiene de expresarse.