Ya que últimamente me andan reclamando que los últimos post han sido demasiado reveladores, les dejo este artículo de Micrós publicado en el Kinetoscopio, en el periódico del Universal del 14 de febrero de 1896.
Cualquier coincidencia con la realidad es pura coincidencia. Sin más, ahí va. (Está un poco largo)
Cualquier coincidencia con la realidad es pura coincidencia. Sin más, ahí va. (Está un poco largo)
¡Un Ateneo protegido por el gobierno!
Algunos lo quieren, probablemente personas de un corazón henchido de generosidad, pero ignorantes de lo maltrecho que anda entre las personas del gremio y aun sus extrañas, el espíritu de asociación.
Algún anticuario, un bibliófilo quizá, tal vez el mismísimo González Obregón, escribirá un voluminoso folleto que se ocupe de los liceos, ateneos, círculos, sociedades, clubs, [sic] etc., que ó tuvieron una vida efímera, ó murieron de inanición, ó no pasaron de los vagidos de la infancia por dos faltas gravísimas ¡ay! por falta de cuotas ó por falta de formalidad; él nos dirá como en esos terruños con tendencias académicas, se comenzó por cultivar las bellas letras y se cosechó á la postre inmerecida cizaña; cómo los salones, estremecidos por las arengas inaugurales, ricas en interjecciones de fraternidad, fueron quedándose mudos y fríos, con un acta, por concluir, en el sitio de la Secretaría y un timbre que se ha empolvado por no tener á quien llamar al orden; el pintara los banquetes de aniversario con efusiones estrepitosas y brindis tendenciosos, y después la dispersión lenta, de todos los desertores, del salón de sesiones.
Hay mucho egotismo en la moderna familia pensadora, y ese egotismo no permite la subordinación que han menester las agrupaciones; falta de un jefe reconocido, la falange se ha dividido y cada cual va por el camino que su estética ó sus tendencias le han marcado. Ya no buscamos á los Maestros que pueden tener el secreto de reunir unas dos horas bajo el mismo techo y con todos los aspectos de la cordialidad á esos elementos perpetuamente antagonistas, que se llaman poetas ó prosistas, lo mismo da; no porque falte entusiasmo sino porque faltan alientos, porque la pereza es mal epidémico, porque se cree poco compensada una peregrinación en tren ó á pie, con la audición de una anacreóntica ó de un capítulo de novela; porque se antoja á los iniciados una mesa directiva, algo así como un tribunal de censura, y todos tendemos á la independencia; es triste pero es cierto, nos engreímos muy pronto con las alabanzas, y un párrafo de gacetilla encomiástico, una bondadosa alusión en tal ó cual revista, adquiere el valor de certificado de sabiduría ó de genio, aunque no tengamos empacho en llamar mañana imbécil al que la hubo de escribir.
Somos intransigentes; fuera de nuestros amigos, el resto es de imbéciles, por más que en el escrito humilde de un humilde periódico de provincia ó en el verso modesto de un semanario sin pretensiones descuelle, entre faltas del crecimiento comunes á todo el que comienza, una flor de legítimo mérito. El grupo militante es conocido y limitado, se pasea de una á otra redacción de periódico; se me figura, y á nadie intento ni rozar siquiera, uno de esos ejércitos de teatro que formado por seis entra por un bastidor y sale por otro produciendo el efecto de una legión, y de esos seis apenas dos son sinceramente amigos; en lo íntimo se detestan mutuamente.
¿Y de qué viene todo eso? De que han aprendido a ser escépticos, ante un público que no lee, ante una prensa que pública, prefiere y ensalza lo más barato; una prensa que no hace distinciones y lo mismo alaba á un Duque Job que aplaude á no importa que improvisado crítico de arte en cuyos artículos se adivinan luengos años preparatorios para la peluquería ó el comercio de abarrotes; de que ser literato aun para gentes que se dicen de talento y amplia cultura equivale á ser un pillo, un holgazán, un inepto sin garantías, sin porvenir (en esto no se engañan) y sin utilidad de ningún género.
Pedid un destino no importa dónde, en un café ó en una fábrica de corbatas, y si saben que escribis [sic] en periódico y componéis versos, después de veros de reojo exclamará un patán de trastienda:
--¡Ah! ¡literato!
Un individuo de dudosos antecedentes merece las preferencias; literata es sinónimo de flojo y con estos antecedentes un Ateneo Nacional bien puede ser para esos moluscos del capital una Penitenciaría.
Bien hayan los Ministerios que admiten en sus oficinas á los Peza, á los Urbina, Gamboa, y otros tantos que sin un sueldo fijo, tal vez hubieran quedado perpetuamente inéditos.
Algunos lo quieren, probablemente personas de un corazón henchido de generosidad, pero ignorantes de lo maltrecho que anda entre las personas del gremio y aun sus extrañas, el espíritu de asociación.
Algún anticuario, un bibliófilo quizá, tal vez el mismísimo González Obregón, escribirá un voluminoso folleto que se ocupe de los liceos, ateneos, círculos, sociedades, clubs, [sic] etc., que ó tuvieron una vida efímera, ó murieron de inanición, ó no pasaron de los vagidos de la infancia por dos faltas gravísimas ¡ay! por falta de cuotas ó por falta de formalidad; él nos dirá como en esos terruños con tendencias académicas, se comenzó por cultivar las bellas letras y se cosechó á la postre inmerecida cizaña; cómo los salones, estremecidos por las arengas inaugurales, ricas en interjecciones de fraternidad, fueron quedándose mudos y fríos, con un acta, por concluir, en el sitio de la Secretaría y un timbre que se ha empolvado por no tener á quien llamar al orden; el pintara los banquetes de aniversario con efusiones estrepitosas y brindis tendenciosos, y después la dispersión lenta, de todos los desertores, del salón de sesiones.
Hay mucho egotismo en la moderna familia pensadora, y ese egotismo no permite la subordinación que han menester las agrupaciones; falta de un jefe reconocido, la falange se ha dividido y cada cual va por el camino que su estética ó sus tendencias le han marcado. Ya no buscamos á los Maestros que pueden tener el secreto de reunir unas dos horas bajo el mismo techo y con todos los aspectos de la cordialidad á esos elementos perpetuamente antagonistas, que se llaman poetas ó prosistas, lo mismo da; no porque falte entusiasmo sino porque faltan alientos, porque la pereza es mal epidémico, porque se cree poco compensada una peregrinación en tren ó á pie, con la audición de una anacreóntica ó de un capítulo de novela; porque se antoja á los iniciados una mesa directiva, algo así como un tribunal de censura, y todos tendemos á la independencia; es triste pero es cierto, nos engreímos muy pronto con las alabanzas, y un párrafo de gacetilla encomiástico, una bondadosa alusión en tal ó cual revista, adquiere el valor de certificado de sabiduría ó de genio, aunque no tengamos empacho en llamar mañana imbécil al que la hubo de escribir.
Somos intransigentes; fuera de nuestros amigos, el resto es de imbéciles, por más que en el escrito humilde de un humilde periódico de provincia ó en el verso modesto de un semanario sin pretensiones descuelle, entre faltas del crecimiento comunes á todo el que comienza, una flor de legítimo mérito. El grupo militante es conocido y limitado, se pasea de una á otra redacción de periódico; se me figura, y á nadie intento ni rozar siquiera, uno de esos ejércitos de teatro que formado por seis entra por un bastidor y sale por otro produciendo el efecto de una legión, y de esos seis apenas dos son sinceramente amigos; en lo íntimo se detestan mutuamente.
¿Y de qué viene todo eso? De que han aprendido a ser escépticos, ante un público que no lee, ante una prensa que pública, prefiere y ensalza lo más barato; una prensa que no hace distinciones y lo mismo alaba á un Duque Job que aplaude á no importa que improvisado crítico de arte en cuyos artículos se adivinan luengos años preparatorios para la peluquería ó el comercio de abarrotes; de que ser literato aun para gentes que se dicen de talento y amplia cultura equivale á ser un pillo, un holgazán, un inepto sin garantías, sin porvenir (en esto no se engañan) y sin utilidad de ningún género.
Pedid un destino no importa dónde, en un café ó en una fábrica de corbatas, y si saben que escribis [sic] en periódico y componéis versos, después de veros de reojo exclamará un patán de trastienda:
--¡Ah! ¡literato!
Un individuo de dudosos antecedentes merece las preferencias; literata es sinónimo de flojo y con estos antecedentes un Ateneo Nacional bien puede ser para esos moluscos del capital una Penitenciaría.
Bien hayan los Ministerios que admiten en sus oficinas á los Peza, á los Urbina, Gamboa, y otros tantos que sin un sueldo fijo, tal vez hubieran quedado perpetuamente inéditos.
Micrós.
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