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UN JUEVES CUALQUIERA

No sé porqué lo hice. Tal vez sea más por una atroz coincidencia que por una furibunda nostalgia. La única camisa disponible en mi armario es la misma que llevaba puesta cuando empecé a conocerte. Rojo y negro. No, no he leído a Stendhal; sólo es el color de la camisa.

Llueve mansamente esta mañana. Es jueves. Parece que la coincidencia con la que el día me recibió no será tan funesta después de todo. Tengo un lugar cómodo en uno de esos vehículos antropófagos que viajan sin mesura entre la prisa cotidiana de esta ciudad.

Leo un libro del crack y me deja un sabor amargo. Habla el autor de un "romanticismo baldío" por un "pragmatismo digno". Becas y premios y poder por encima de la literatura por sí misma. Si escribir es burlarse en serio de algo, ¿por qué no lo dejamos así? ¿Tiene que ser siempre la literatura tan solemne? El arte no es así, debe ser íntimo y personal, una forma de comunicarse y entenderse con el mundo; un pacto cordial entre la matanza en Gaza y un cuento de diez cuartillas que no se puede terminar: ni una ni otra tiene una injerencia relevante en el sabor del café que me espera en una hora y siempre es el mismo, lo que cambia es el humor de mi lengua.
Y así me pierdo del paisaje mientras hablo solo. La avenida Pantitlán, de caótico cariz, se empeña en mostrarse indiferente ante el cúmulo de vida que pasa por ella.

Ahora pienso una canción de imposible melodía; esa me lleva la última que escribí, ¡caray, hablo como si estuviera muerto! Me corrijo: la más reciente. Y me lleva a la línea de otra canción: "y tú, tal vez un recuerdo, al paso del tiempo mi mejor canción". Sonrío, "al paso del tiempo mi mejor canción", repito mientras la gente me mira curiosa porque de mi boca salieron una veintena de notas lo suficientemente fuertes para hacerme notar. Nunca me ha avergonzado hablar solo, menos cantar porque sí. Un anuncio interrumpe el Mi bemol con séptima mayor que se delineaba en mis oídos. "Señores usuarios, se les comunica que se ha suspendido el servicio de Pantitlán a Pino Suárez". La gente corre buscando afanosamente otra opción para llegar a su destino. Sonrío de nuevo, miro mi camisa y sólo puedo pensar en la Canción para una... Le quiero hacer un arreglo para piano. Un policía se acerca a mí y, en un gesto de infinita bondad no muchas veces vista en estas bestias con uniforme, me dice con desconsuelo: "No te esperes aquí mano, se suicidó un pendejo allá adelante. Van a tardar un rato en despegarlo".

¡Ah dichoso lenguaje! En la boca retorcida de un hombrecito enclenque siempre asomarás tu cabeza certera. La imagen es afortunada, pienso, "despegarlo". Y un tropel de metáforas se me caen encima. Salgo lentamente hacia la avenida otra vez y la lluvia, una hora antes tan mansa, ahora se deja sentir impertinente.

Miro mi camisa una vez más. Las gotas se resbalan mientras cientos de gentes se pelean por un taxi, por un RTP, por el andén de la otra línea. Ayer hablé contigo y me contestó tu risa desenfadada, jovial y vital. Después de un larguísimo día escucharte reir es un bálsamo para mi amargura. Me dijiste: "hablamos al ratito". No te entendí. No te volví a llamar y dudo que lo haga pronto. Me describías un nuevo disfraz: te imaginaba con peluca, blusa rosa estridente y pantalón de mezclilla. Algo raro me pasó: no me llegó una imagen a la mente, me llegaron sonidos claros y definidos, empiezo a pensar que me estoy volviendo loco. Hasta pruebas siquiátricas me hice y resulté con niveles muy altos de "paranoia, ezquisofrenia, obseso compulsión, neurosis" y otras dos que no recuerdo el nombre. ¿Y aún así pienso en seguir llamándote? Vaya sicótico que anda en la ciudad. Supongo que escribir me aleja de asesinar, eso sí, pulcra y dignamente, a varios habitantes de la urbe.

Pienso en el suicida. Me imagino una historia que desaparece por el olor del anticongelante quemado de un neón rojo que está enfrente de mí. No era suficiente con la lluvia, el frío, el suicida y mi camisa rojinegra, ahora un homenaje a la naquez se planta frente a mí y frente a otras decenas de automovilistas que atacan con furia el claxon. ¡Vaya desmadre!

Y sigo pensando en ti. Veo la hora: 9:25. Ya es muy tarde, pienso. Prendo un cigarro y camino hacia mi day job. Si me fuera caminando llegaría como a las 12 y media, vuelvo a pensar con la primer bocanada de humo que llega a mis maltrechos pulmones. Hoy no tengo prisa.

Tomo un taxi con pereza. El chofer, lo sé después de algunos minutos, se considera musicólogo. Fue operador treinta y tres años de distintas estaciones de radio. Musicólogo, pienso, mientras recuerdo ahora una canción de Sabina. "lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí". Y en correos sin respuesta o mensajes o llamadas que no se han completado en los últimos seis años; en lo que falta; en lo que no llegará.

No sé, será el frío o la lluvia o el metro o el crack o el taxi o mis canciones o tus ojos. Hoy amanecí melancólico. Llegué tarde a mi oficina. En una horas, cuando esté vestido con mi guitarra, te cantaré una canción que no es mía: "Sabes donde toco cada jueves, y nunca has venido a verme, para escuchar tu canción". Y tal vez unas cuantas más que me recuerden tu inusitada espalda. Con una cerveza en la mano, esperaré a que mi voz llegue hasta tus sueños.


JFC

Comentarios

Anónimo dijo…
"Tu no estás y yo me enamoro de vez en cuando"... no molesto pero siempre me suena a esa parte de tí donde muchas veces te pregunto y me pregunto, cuándo es verdad y cuándo mentira...
Un beso...
Nike

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