El tiempo pasa con prisa. A veces se estaciona en largos días pero siempre recupera su paso. Los años se suceden en paquidérmica certeza y nuestros ojos se pueblan de historias sin fin. El sábado te casaste. No puedo dejar de pensar en el día en que te conocí: llegaste con un tipo al que acababa de conocer en el metro Pantitlán. Él dijo que era bajista, yo empezaba en los avatares de la música. Llegaste con él a casa y pediste entrar al baño. Después tú te hiciste el bajista del grupo. Estuvimos juntos casi cinco años entre bares, fiestas y cervezas. En el rincón brujo platicábamos de todo aquello que en nuestra ardorosa post adolescencia cobraba relevancia inusitada. Alguna mujer, alguna materia, un partido de la selección o el barniz negro comprado en el tianguis se hacían trascendentalmente insulsos.
También tomábamos café en la Zona Rosa, me volaba alguna clase de Bellas Artes y Víctor, tú y yo teníamos en esa taza un futuro promisorio.
Míranos ahora. En un salón de fiesta en donde ya no es la boda de Michel ni algun toquín pagado en dólares nos sentamos tres ex integrantes de Caracol Nocturno. Es tu boda. De los cinco que soñábamos con vivir del rock tres han claudicado, tú entre ellos, sólo dos quedamos en la música viviendo por ella. ¿Quién se equivocó amigo? Nunca lo sabré de cierto.
Un pastel, pollo en alguna salsa y una botella de espantoso tequila acompañan las bromas y las risas que siempre son las mismas, o por lo menos siempre las disfruto. Con ustedes crecí y mi juventud transcurre entre ustedes.
¿Te acuerdas, querido amigo, de aquel viaje a Acapulco? Tomamos un autobús a las once de la noche y llegamos a las seis de la mañana para beber un café infernalmente caliente en el puerto que tenía treinta grados sobre su amanecer. Fui por una mujer, le canté y le dije que la quería. Te cuento que ella sigue rondando por ahí, indecisa de entrar a mis brazos otra vez. No importa mucho. En tu boda me di cuenta de la música que un vestido rojo puede provocar en mí.
Y mis historias devienen en kilos y arrugas de más, con menos dinero y más deudas, con el arrebato de saber perdida la batalla. Los absolutos en los que creía han ido cediendo su lugar para dejar sólo dudas.
¿Te conté de mi vida? Creo que no. No ha cambiado mucho. Sigo haciendo lo mismo desde hace años. Canto, toco y escribo. De vez en vez me enamoro y bebo en alguna cantina del centro. Ahora mi boca apunta indecorosamente hacia un nuevo sueño que se cocina entre mis huesos. No sé cómo termine. ¿Sabes? Ya no me importa. Sé que de amor nadie se muere y he aprendido que nadie muere de ausencia, que se olvida. Que sólo son dolores que se acumulan en el alma los que a veces nos mueven a reventar una lágrima en el Eje Central.
No sé si la viste. Te veías ocupado con ese trámite del casorio. Está exactamente a un metro con sesenta y tres centímetros sobre el nivel del mal. Los tacones tal vez añadieron un poco de estatura. Su vestido rojo largo estrechaba su talle hasta coquetar con la perfección. Su espalda blanca y tersa se volvió la obsesión de mis manos. Cada línea que escribí de su canción adquirió un cariz distinto. Ella caminaba en seis octavos, sus pasos daban un ritmo sutil a la vida del norte de la ciudad y mis ojos se perdían en el color miel de los suyos. Su voz franca, fuerte y de una áspera dulzura se regodeaba en mi oído para contarme algo, una travesura o un sueño.
Todo se acabó a las tres y media de la mañana. No sé qué estarías haciendo tú, amigo. Yo la dejé en la puerta de su casa, la besé y le dije que la quería. Sus ojos cansados me respondieron indescifrablemente y me fui casa a soñar con ella.
Amigo, nos falta una boda. Porque Víctor y yo seguimos aferrados a no dejar la soltería. De vez en cuando me imagino en sus brazos y sonrío. A veces me como un paste. En ocasiones canto en un bar de Satélite una canción de Metallica junto a ella. Un beso largo y suave, con su lengua venciendo en mis labios, se desdibuja con el paso de las horas. Esas, amigo, que se suceden en paquidérmica certeza mientras nuestros ojos y manos y labios se pueblan de nuevas historias.
JFC
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