Cambié de loción. Aunque el cambio pudo ser más radical, compré uno de la misma marca: Calvin Klein. Hubiera querido comprar el Carolina Herrera pero, por razones que son obvias --por lo menos para el narador de esta historia, quien es el que lo sabe todo--, lo evité. Tengo ropa nueva y me corté el cabello. "Muñeca", me diría si pudiera verme. Pero como no me puede ver, no dirá nada. De cualquier modo, ya no me dirá nada de ninguna cosa en ningún momento a ninguna hora.
Terminé un libro y está en correciones de tres maestros y dos de mis mejores amigos. No sé para qué. La única razón que me motivaba se fue y ahora quedan cuartillas repletas de miel y cursilerías y autoreferencias que sirven para un carajo. Dicen que un autor borra sus huellas del texto. Será que ya dejé de ser escritor para volverme promesa burocrática porque siempre están mis pasos marcados en mis líneas. Claro, sólo yo y alguna que otra disoluta se pueden reconocer en los guiños pero no quita que sea yo, siempre yo y siempre ella.
Mi guitarra está arrumbada, sin pastilla y con cuerdas viejas. Mi batería está esparcida en varias casas de esta ciudad y no tengo intenciones de armarla. Mi disco está en proceso de masterización y quisiera que nunca saliera de ahí. ¿De verdad hay alguna oscura razón que me obliga a intentarlo una y otra vez y siempre equivocarme? Enésima autobiografía de un fracaso, escribió un poeta-pintor-cantador.
Descubrí en mi Dropbox un regalo. La canción "Nunca dejaré que te vayas" de Carlos Arellano es deliciosa. Pero de cualquier modo forzó la melancolía en mí. Un amigo se casa, otro se va a Europa, otros se van de luna de miel, uno más celebra dos años de su hijo, otra celebra un premio y yo con ganas de pegarme un tiro. Lástima que le tengo pavor a las armas de fuego y más al dolor. Mejor me quedo aquí.
Entre el pinche IETU, una tocada en Xalapa a las dos de la mañana sin más público que algunos borrachos y el pinche disco, estoy quebrado. No tengo dinero ni siquiera para ponerme hasta la madre con Stolichnaya o con Etiqueta Roja. ¡Caramba, ni una Tecate está cerca de mi malograda cartera! Eso de deprimirse sin lana para beber es un mal negocio. ¿Entonces, para qué estar deprimido?
Una gitana me leyó las cartas. Fue divertido. No dijo nada nuevo y no me atreví a preguntarle lo que de verdad me interesaba. Taxco es una ciudad preciosa. Llena de vochos --pregunté y dos de mis compañeros hicieron el favor de asegurarme que escribí bien el nombre del carrito-- y de plata importada de Canadá, sólo podía pensar en todas y cada una de las veces que durante dos brevísimos años fui feliz. ¡Caray!, qué melodramático ando.
Sin traje que no apriete ni mujer en qué carse muerto --si a alguno de mis inexistentes lectores le interesaran las estadísticas, encontraría que este verso de Bonifaz es el más citado en los cuatro años de vida de este blog--, escribo. Escribo para dejar huella de que estuvo conmigo, que en sus ojos resignifiqué esta pinche vida y que deconstruí sus pasos durante muchas tardes. Yo lo único que quería era conocer su nombre. Era todo. Y ahora me tiene cambiando de loción, con el cabello corto y con ropa nueva en el clóset. "Todo amor tiene su pulso" y este, cuando menos, está en estado Cerati.
Que así sea.
Terminé un libro y está en correciones de tres maestros y dos de mis mejores amigos. No sé para qué. La única razón que me motivaba se fue y ahora quedan cuartillas repletas de miel y cursilerías y autoreferencias que sirven para un carajo. Dicen que un autor borra sus huellas del texto. Será que ya dejé de ser escritor para volverme promesa burocrática porque siempre están mis pasos marcados en mis líneas. Claro, sólo yo y alguna que otra disoluta se pueden reconocer en los guiños pero no quita que sea yo, siempre yo y siempre ella.
Mi guitarra está arrumbada, sin pastilla y con cuerdas viejas. Mi batería está esparcida en varias casas de esta ciudad y no tengo intenciones de armarla. Mi disco está en proceso de masterización y quisiera que nunca saliera de ahí. ¿De verdad hay alguna oscura razón que me obliga a intentarlo una y otra vez y siempre equivocarme? Enésima autobiografía de un fracaso, escribió un poeta-pintor-cantador.
Descubrí en mi Dropbox un regalo. La canción "Nunca dejaré que te vayas" de Carlos Arellano es deliciosa. Pero de cualquier modo forzó la melancolía en mí. Un amigo se casa, otro se va a Europa, otros se van de luna de miel, uno más celebra dos años de su hijo, otra celebra un premio y yo con ganas de pegarme un tiro. Lástima que le tengo pavor a las armas de fuego y más al dolor. Mejor me quedo aquí.
Entre el pinche IETU, una tocada en Xalapa a las dos de la mañana sin más público que algunos borrachos y el pinche disco, estoy quebrado. No tengo dinero ni siquiera para ponerme hasta la madre con Stolichnaya o con Etiqueta Roja. ¡Caramba, ni una Tecate está cerca de mi malograda cartera! Eso de deprimirse sin lana para beber es un mal negocio. ¿Entonces, para qué estar deprimido?
Una gitana me leyó las cartas. Fue divertido. No dijo nada nuevo y no me atreví a preguntarle lo que de verdad me interesaba. Taxco es una ciudad preciosa. Llena de vochos --pregunté y dos de mis compañeros hicieron el favor de asegurarme que escribí bien el nombre del carrito-- y de plata importada de Canadá, sólo podía pensar en todas y cada una de las veces que durante dos brevísimos años fui feliz. ¡Caray!, qué melodramático ando.
Sin traje que no apriete ni mujer en qué carse muerto --si a alguno de mis inexistentes lectores le interesaran las estadísticas, encontraría que este verso de Bonifaz es el más citado en los cuatro años de vida de este blog--, escribo. Escribo para dejar huella de que estuvo conmigo, que en sus ojos resignifiqué esta pinche vida y que deconstruí sus pasos durante muchas tardes. Yo lo único que quería era conocer su nombre. Era todo. Y ahora me tiene cambiando de loción, con el cabello corto y con ropa nueva en el clóset. "Todo amor tiene su pulso" y este, cuando menos, está en estado Cerati.
Que así sea.
JFC
Comentarios
¿Te acuerdas del Campos, mejor personaje de mis novelas no escritas? Pues bueno, un verano cuando menos lo esperaba y estaba casi a punto de terminar mi primera novela, me vi atropellada por la urgencia de escribir una carta-novela para él y para mi alma gemela. Esa historia rebasó mis planes, mis mejores propósitos laborales, y a veces también mis necesidades de sueño, pero por fortuna, está casi terminada. En febero y marzo estuve en España, con una beca de la Complutense y Fundación Carolina, reencontrándome con mis vicios de vaga irredenta. Ahora sólo quiero tiempo de sedentarismo para corregir y terminar de escribir.
A ver si nos vemos un día. Recordé lo lindo que fue conocernos, lo insportable que hubiera sido el trabajo aquel sin ti. Un abrazo. Adriana